La estética tradicional (Sócrates y platón) se combina lo bello y lo bueno, tomando lo bello como una virtud, y a lo feo como un mal (lo chafa, lo inútil, sin valor, lo ineficiente…) Pero en realidad “vemos que lo feo tiene una dimensión estética ( ,… ) Lo feo se da en un objeto que es percibido estéticamente.” Gracias a que lo feo se da dentro de la esfera de lo sensible, es que se vuelve una categoría estética. Para explicar lo feo, me gustaría poner de ejemplo a un caballo blanco o a un pájaro azul, si imaginamos a estos personajes por la maleza galopando, o teniendo libre el vuelo. Tenemos en la mente la belleza de estos seres vivos, pero, son justamente eso seres, que en cualquier momento su vitalidad se puede encontrar en peligro, descompuesta por la enfermedad o nula por la muerte, “es ahí donde se experimentan a lo feo.” Es entonces donde el caballo o el pájaro más bello, se vuelven feos.
Lo feo no siempre ha sido considerado como estético, y por ende no siempre a estado dentro del arte, “¿hasta qué punto la fealdad es admisible o, más exacta mente ha sido admitida o rechazada en el arte?” Para poder responder la pregunta, Adolfo sigue el rastro de lo feo por la historia, “ la Grecia clásica vivió por un imperio subrayado bajo lo bello”, la estética griega, concentrada en lo bello, apenas si tenía ojos para lo feo.
En la edad media, “lo feo existe, ciertamente en la vida real y entra en el arte para mostrar que lo bello es relativo.”
Durante el renacimiento se retomaron las ideas clásicas (Platón y Aristóteles) “el artista renacentista solo ve belleza en lo que representa, la naturaleza o el cuerpo humano, que deben ser representados con la belleza ideal” esto es incompatible con lo feo (lo inarmónico, deforme, chafa…) No fue hasta el siglo XVIII que “lo feo entro al arte de la mano de 3 grandes pintores: Diego Velázquez, Rembrandt y Rivera. Lo feo por fin había llegado a la pintura, “con su propia realidad”, sirviendo para expresar la relación del humano con el mundo, una relación y una realidad: “tensa, purulenta o desgarrada que no puede expresarse con la serenidad de lo bello”. Con su aparición en el siglo XVIII lo feo, “ya no cederá su empuje hasta adquirir carta de ciudadanía estética con el arte”.
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